Equinox

EQUINOX

My daughter marks the day that spring begins.
I cannot celebrate spring without remembering
how the bodies of unborn children
bake in their mothers' flesh like ovens
consecrated by the flame that eats them
lit by mobiloil and easternstandard
Unborn children in their blasted mothers
floating     monuments
in an ocean of oil.

The year my daughter was born
DuBois died in Accra while I
marched into Washington
to the death knell of dreaming
which 250,000 others mistook for a hope
believing only Birmingham's Black children
were being pounded into mortar in churches
that year     some of us still thought
Vietnam was a suburb of Korea.

Then John Kennedy fell off the roof
of Southeast Asia and shortly afterward
my whole house burned down
with nobody in it
and on the following Sunday
my borrowed radio announced
that Malcolm was shot dead
and I ran to reread all he had written
because death was becoming such an excellent measure
of prophecy
As I read his words     dark mangled children
came streaming out of the atlas
Hanoi     Angola     Guinea-Bissau     Mozambique     Phnom Penh
merging into Bedford-Stuyvesant and Hazelhurst Mississippi
haunting my New York tenement that terribly bright summer
while Detroit and Watts and San Francisco were burning
I lay awake in stifling Broadway nights     afraid
for whoever was growing in my belly
and suppose it started earlier than planned
who would I trust to take care that my daughter
did not eat poisoned roaches
when I was gone?

If she did, it doesn't matter
because I never knew it.
Today both children came home from school
talking about spring and peace
and I wonder if they will ever know it
I want to tell them that we have no right to spring
because our sisters and brothers are burning
because every year the oil grows thicker
and even the earth is crying
because Black is beautiful but currently
going out of style
that we must be very strong
and love each other
in order to go on living.

Audre Lorde, 1969

*
EQUINOCCIO

Mi hija marca el día en que comienza la primavera.
No puedo celebrar la primavera sin recordar
cómo los cuerpos de niños nonatos
se hacen en la carne de sus madres como en hornos
consagrados por la llama que los devora
encendida por mobiloil y easternstandard
Niños nonatos en sus madres inflamadas
monumentos     flotantes
en un mar de petróleo.

El año en que mi hija nació
DuBois murió en Accra mientras yo
marchaba en Washington
hacia el fin de los sueños
que otros 250.000 confundieron con esperanza
creyendo que sólo a las niñas Negras de Birmingham
las aplastaban con morteros en iglesias
aquel año     algunos de nosotros aún pensábamos
que Vietnam era un barrio de Corea.

Luego John Kennedy cayó del tejado
del Sudeste Asiático y poco después
mi casa entera se quemó
sin nadie dentro
y el domingo siguiente
mi radio prestada anunció
que habían matado a Malcolm
y yo corrí a releer todo lo que él había escrito
pues la muerte estaba resultando un excelente indicador
de profecía
Mientras leía sus palabras     niños morenos mutilados
salieron uno por uno del atlas
Hanói     Angola     Guinea-Bisáu     Mozambique     Nom Pen
confluyendo con Bedford-Stuyvesant y Hazelhurst Mississippi
tomando mi bloque neoyorquino aquel terriblemente brillante verano
mientras Detroit y Watts y San Francisco ardían
yo pasaba las sofocantes noches de Broadway en vela     asustada
de quienquiera que crecía en mi vientre
y suponiendo que venía antes de lo previsto
¿a quién le encargaría que cuidara de que mi niña
no comiera cucarachas envenenadas
cuando yo no estuviera?

Si las comió, da igual
porque nunca me enteré.
Hoy ambos niños han vuelto a casa del colegio
hablando de la primavera y la paz
y me pregunto si alguna vez lo sabrán
quiero decirles que no tenemos derecho a la primavera
porque nuestras hermanas y hermanos arden
porque cada año el petróleo se espesa más
y hasta la tierra está llorando
porque el Negro es hermoso pero ahora mismo
se está pasando de moda
que tenemos que ser muy fuertes
y querernos entre nosotros
para poder seguir viviendo.


traducción de Torres Ruiz