I
I tarry in days shaped like the high staired street
where I became a woman
between two funeral parlors next door to each other
sharing a dwarf who kept watch for the hearses
Fox's Bar on the corner
playing happy birthday to a boogie beat
Old Slavic men cough in the spring thaw
hawking painted candles cupcakes fresh eggs
from under their dull green knitted caps
When the right winds blow
smells of bird seed and malt
from the breweries across the river
stop even our worst hungers.
One crosstown bus each year
carries silence into these overcrowded hallways
plucking madmen out of mailboxes
from under stairwells
cavorting over rooftops in the full moon
cutting short the mournful songs that soothed me
before they cascaded into laughter every afternoon
at four P.M.
from behind a door that never opened
masked men in white coats dismount
to take the names of anyone
who has not paid the rent
batter down the doors
to note the shapes of each obscenity
upon the wall
hunt those tenants down
to make new vacancies.
II
These were some of my lovers processed
through the corridors of Bellevue Mattewan
Brooklyn State the Women's House of D.
St. Vincent's and the Tombs
to be stapled onto tickets for their one-way ride
on the unmarked train that travels
once a year cross country east to west
filled with New York's rejected lovers
the ones who played with all their stakes
who could not win nor learn to lie
we were much fewer then
who failed the entry tasks of Seventh Street
and were returned back home
to towns with names like Oblong and Vienna
(called Vyanna)
Cairo Sesser Cave-in-Rock and Legend.
Once a year the train stops unannounced
at midnight just outside of town
returns the brave of Bonegap and Tuskegee
of Pawnee Falls and Rabbittown
of Anazine Elegant Intercourse
leaving them beyond the tracks
like dried-up bones sucked clean of marrow
rattling with citylike hardness
soft wood petrified to stone in Seventh Street.
The train screams
warning the town of coming trouble
then moves on.
III
I walk over Seventh Street stone at midnight
two years away from forty
the ghosts of old friends
precede me down the street in welcome
bopping in and out of doorways
with a boogie beat.
Freddie sails before me like a made-up bat
his Zorro cape level with the stoops
he pirouettes upon the garbage cans
a bundle of drugged delusions
hanging from his belt
Joan with a hand across her throat
sings unafraid of silence anymore
and Marion who lived on the scraps of breath
left in the refuse of strangers
searches the gutter with her nightmare eyes
tripping over a brown girl
young in her eyes and fortune
nimble as birch and I try to recall her name
as Clement comes smiling from a distance
his fingers raised in warning
or blessing over us all.
Seventh Street swells into midnight
memory ripe as a bursting grape
my head is a museum
full of other people's eyes
like stones in a dark churchyard
where I kneel praying
my children
will not die politely
either.
Audre Lorde, 1972
*
CONMEMORACIÓN DE LA CALLE SÉPTIMA I
Me entretengo en días que parecen la calle escalonada
donde me hice mujer
entre dos casas funerarias puerta con puerta
que compartían un enano que vigilaba los coches
el Bar de Fox en la esquina
con el cumpleaños feliz a ritmo de boogie
Ancianos eslavos tosen en el deshielo primaveral
venta ambulante velas pintadas magdalenas huevos frescos
de debajo de sus gorros de punto verde pardusco
Cuando soplan los vientos adecuados
aromas de alpiste y de malta
de las cervecerías de la otra orilla del río
mitigan nuestros peores apetitos.
Cada año un autobús urbano
trae silencio a estos pasillos abarrotados
arrancando lunáticos de buzones
de debajo de huecos de escalera
cabriolando en tejados con la luna llena
interrumpiendo las tristes canciones que me calmaban
antes de romper en carcajadas cada tarde
a las cuatro P.M.
de detrás de una puerta que nunca se abría
enmascarados con batas blancas se apean
para tomar el nombre de cualquiera
que no haya pagado el alquiler
derriban las puertas
para anotar las formas de cada obscenidad
sobre la pared
dan caza a esos inquilinos
para dejar pisos vacíos.
II
Éstos fueron algunos de mis amantes procesados
en los pasillos de Bellevue Mattewan
Brooklyn State el Refugio para Mujeres de D.
San Vicente y las Tumbas
para ser grapados a los billetes de su viaje de ida
en el tren de paisano que atraviesa
una vez al año el país de este a oeste
lleno de amantes neoyorquinos rechazados
los que se lo jugaron todo
y no pudieron ganar ni aprender a mentir
entonces éramos muchos menos
los que no pasábamos la prueba de acceso de la Séptima
y éramos devueltos a casa
a pueblos con nombres como Oblong y Vienna
(llamada Vyanna)
Cairo Sesser Cave-in-Rock y Legend.
Una vez al año el tren para sin previo aviso
a medianoche justo a la entrada del pueblo
devuelve a los valientes de Bonegap y Tuskegee
de Pawnee Falls y Rabbittown
de Anazine Elegant Intercourse
dejándolos más allá de la vía
como huesos secos con el tuétano sorbido
tintineando con dureza urbana
madera blanda petrificada en la Calle Séptima.
El tren grita
avisando al pueblo de problemas venideros
y reanuda su marcha.
III
Camino por la Calle Séptima piedra a medianoche
a dos años de los cuarenta
los fantasmas de viejos amigos
me preceden calle abajo en bienvenida
entrando y saliendo de umbrales entre bailes
a ritmo de boogie.
Freddie se me adelanta como un murciélago de mentira
su capa del Zorro a la altura de los pórticos
hace piruetas sobre los cubos de basura
un fardo de delirios de colocón
colgando de su cinturón
Joan con una mano en la garganta
canta ya sin miedo al silencio
y Marion que vivía de las sobras de aliento
de la basura de desconocidos
busca la alcantarilla con sus ojos de pesadilla
tropezándose con una chica morena
joven de ojos y de suerte
veloz como una vara y yo intento recordar su nombre
mientras Clement viene sonriendo desde la distancia
los dedos alzados en advertencia
o bendición sobre todos nosotros.
La Calle Séptima se hincha en noche
recuerdo maduro cual uva que estalla
mi cabeza es un museo
lleno de ojos de otra gente
como lápidas de un oscuro camposanto
donde rezo arrodillada
mis hijos
tampoco morirán
por cortesía.
traducción de Torres Ruiz