OR I'VE BEEN TALKING ON THIS STREET CORNER
A HELL OF A LONG TIME
This is how I came to be loved
by loving myself
loveless.
One day I slipped in a snowy gutter of Brighton Beach
and booted feet passing
me by on the curb squished my laundry ticket
into the slush I thought fuck it now
I'll never get my clean sheet and I cried bitter tears
into the snow under my cheek in that gutter in Brighton Beach
Brooklyn where I was living because it was cheap
In a furnished room with cooking privileges
and an old thrown-away mama who lived down the hall
yente who sat all day long in our common kitchen
weeping because her children made her live with a schwartze
and while she wept she drank up all my cream soda
every day before I came home.
Then she sat and watched me watching my chicken feet stewing
on Fridays when I got paid
and she taught me to boil old corn in the husk
to make it taste green and fresh.
There were not many pleasures in that winter
and I loved cream soda
there were not many people in that winter
and I came to hate that old woman.
That winter I got fat on stale corn on the cob
and chicken foot stew and the day before Christmas
no presents to wrap
I poured two ounces of Nux Vomica into a bottle of cream soda
and listened to that old lady puke all night long.
When spring came I crossed the river again
moving up in the world six and a half stories
and one day on the corner of Eighth street
across from Wanamakers
which had burned down while I was away in Brooklyn—
where I caught the bus to work
a bus driver slowed down at the bus stop one morning—
I was late it was raining my jacket was soaked—
then speeded past without stopping when he saw my face.
I have been given other doses of truth—
that particular form of annihilation—
shot through by the cold eye of the way things are baby
and left for dead on a hundred streets of this city
but oh that captain marvel glance
brushing up against my skull like a steel bar
in passing
and my heart withered sheets in the gutter
passing passing
booted feet and bus drivers
old yentes in Brighton Beach kitchens
SHIT! said the king and the whole court strained
passing me
out as an ill-tempered wind
lashing around the corner
of 125th Street and Lenox.
A HELL OF A LONG TIME
This is how I came to be loved
by loving myself
loveless.
One day I slipped in a snowy gutter of Brighton Beach
and booted feet passing
me by on the curb squished my laundry ticket
into the slush I thought fuck it now
I'll never get my clean sheet and I cried bitter tears
into the snow under my cheek in that gutter in Brighton Beach
Brooklyn where I was living because it was cheap
In a furnished room with cooking privileges
and an old thrown-away mama who lived down the hall
yente who sat all day long in our common kitchen
weeping because her children made her live with a schwartze
and while she wept she drank up all my cream soda
every day before I came home.
Then she sat and watched me watching my chicken feet stewing
on Fridays when I got paid
and she taught me to boil old corn in the husk
to make it taste green and fresh.
There were not many pleasures in that winter
and I loved cream soda
there were not many people in that winter
and I came to hate that old woman.
That winter I got fat on stale corn on the cob
and chicken foot stew and the day before Christmas
no presents to wrap
I poured two ounces of Nux Vomica into a bottle of cream soda
and listened to that old lady puke all night long.
When spring came I crossed the river again
moving up in the world six and a half stories
and one day on the corner of Eighth street
across from Wanamakers
which had burned down while I was away in Brooklyn—
where I caught the bus to work
a bus driver slowed down at the bus stop one morning—
I was late it was raining my jacket was soaked—
then speeded past without stopping when he saw my face.
I have been given other doses of truth—
that particular form of annihilation—
shot through by the cold eye of the way things are baby
and left for dead on a hundred streets of this city
but oh that captain marvel glance
brushing up against my skull like a steel bar
in passing
and my heart withered sheets in the gutter
passing passing
booted feet and bus drivers
old yentes in Brighton Beach kitchens
SHIT! said the king and the whole court strained
passing me
out as an ill-tempered wind
lashing around the corner
of 125th Street and Lenox.
Audre Lorde, 1969
*
TELEGRAMAS A LA RABIA
O LLEVO UNA ETERNIDAD HABLANDO EN ESTA ESQUINA
Así es como llegué a ser amada
amándome a mí misma
sin amor.
Un día me resbalé en una alcantarilla nevada de Brighton Beach
y pies embotados que pasaban
de largo sobre el bordillo pisotearon mi tique de la lavandería
contra el fango Pensé joder ahora
no podré lavar las sábanas y derramé amargas lágrimas
sobre la nieve bajo mi mejilla en aquella alcantarilla de Brighton Beach
Brooklyn donde vivía porque era barato
En una habitación amueblada con privilegios culinarios
y una vieja madre abandonada que vivía en la otra punta del pasillo
una yenta que se pasaba el día sentada en la cocina común
llorando porque sus hijos la obligaban a vivir con una schwartze
y mientras lloraba se bebía mi gaseosa de vainilla
día tras día antes de que yo volviera.
Luego se sentaba y me miraba mirando cómo se cocían mis patas
los viernes cuando me pagaban
y me enseñó a hervir maíz viejo con la cáscara
para que sepa verde y fresco.
No hubo muchos placeres aquel invierno
y me encantaba la gaseosa de vainilla
no hubo mucha gente aquel invierno
y acabé odiando a aquella señora.
Aquel invierno engordé a base de mazorcas pasadas
y guisos de patas de pollo y la víspera de Navidad
sin regalos que desenvolver
metí dos onzas de Nux Vomica en una botella de gaseosa de vainilla
y oí a la vieja vomitar toda la noche.
Cuando llegó la primavera crucé el río de nuevo
y prosperé seis pisos y medio
y un día en la equina de la Octava
enfrente del Wanamakers
que se había quemado mientras yo vivía en Brooklyn—
donde me cogía el autobús al trabajo
un conductor desaceleró en la parada una mañana—
yo llegaba tarde estaba lloviendo la chaqueta empapada—
y de pronto aceleró sin parar cuando me vio la cara.
Me han dado otras dosis de verdad—
esa forma tan particular de aniquilación—
disparada por la fría mirada de como son las cosas cariño
y dada por muerta en cientos de calles de esta ciudad
pero ay aquella mirada de capitán marvel
rozando contra mi cráneo como una barra de acero
pasando
y mi corazón sábanas aplastadas en la alcantarilla
pasando pasando
pies embotados y conductores de autobús
viejas yentas en cocinas de Brighton Beach
¡MIERDA! dijo el monarca y la corte entera se abrumó
y me pasó por encima
cual viento gruñón
doblando la esquina
de la 125 con Lenox.
Así es como llegué a ser amada
amándome a mí misma
sin amor.
Un día me resbalé en una alcantarilla nevada de Brighton Beach
y pies embotados que pasaban
de largo sobre el bordillo pisotearon mi tique de la lavandería
contra el fango Pensé joder ahora
no podré lavar las sábanas y derramé amargas lágrimas
sobre la nieve bajo mi mejilla en aquella alcantarilla de Brighton Beach
Brooklyn donde vivía porque era barato
En una habitación amueblada con privilegios culinarios
y una vieja madre abandonada que vivía en la otra punta del pasillo
una yenta que se pasaba el día sentada en la cocina común
llorando porque sus hijos la obligaban a vivir con una schwartze
y mientras lloraba se bebía mi gaseosa de vainilla
día tras día antes de que yo volviera.
Luego se sentaba y me miraba mirando cómo se cocían mis patas
los viernes cuando me pagaban
y me enseñó a hervir maíz viejo con la cáscara
para que sepa verde y fresco.
No hubo muchos placeres aquel invierno
y me encantaba la gaseosa de vainilla
no hubo mucha gente aquel invierno
y acabé odiando a aquella señora.
Aquel invierno engordé a base de mazorcas pasadas
y guisos de patas de pollo y la víspera de Navidad
sin regalos que desenvolver
metí dos onzas de Nux Vomica en una botella de gaseosa de vainilla
y oí a la vieja vomitar toda la noche.
Cuando llegó la primavera crucé el río de nuevo
y prosperé seis pisos y medio
y un día en la equina de la Octava
enfrente del Wanamakers
que se había quemado mientras yo vivía en Brooklyn—
donde me cogía el autobús al trabajo
un conductor desaceleró en la parada una mañana—
yo llegaba tarde estaba lloviendo la chaqueta empapada—
y de pronto aceleró sin parar cuando me vio la cara.
Me han dado otras dosis de verdad—
esa forma tan particular de aniquilación—
disparada por la fría mirada de como son las cosas cariño
y dada por muerta en cientos de calles de esta ciudad
pero ay aquella mirada de capitán marvel
rozando contra mi cráneo como una barra de acero
pasando
y mi corazón sábanas aplastadas en la alcantarilla
pasando pasando
pies embotados y conductores de autobús
viejas yentas en cocinas de Brighton Beach
¡MIERDA! dijo el monarca y la corte entera se abrumó
y me pasó por encima
cual viento gruñón
doblando la esquina
de la 125 con Lenox.
traducción de Torres Ruiz